Reseña | "Una muerte muy dulce", de Simone de Beauvoir

Ícono del feminismo y del existencialismo, Simone de Beauvoir (París, 1908-1986) es autora de varios libros autobiográficos. Una muerte muy dulce (1964) es uno de ellos. En él narra con un tono reflexivo, nunca peleado con la claridad, las últimas semanas de vida de su madre: desde su ingreso al hospital por la rotura de un hueso hasta su fallecimiento debido a un cáncer avanzado. Se trata de una crónica que, exenta sentimentalismos, da cuenta del progresivo deterioro y la agonía de Françoise, que al momento de morir tenía 78 años: “… ese cuerpo (…) no era ya diferente de un despojo: pobre esqueleto sin defensa, palpado, manipulado por las manos profesionales, en el que la vida parecía prolongarse sólo por una estúpida inercia” (p. 21).


La narración va dando saltos al pasado, lo que le permite a la escritora francesa esbozar un retrato sin concesiones de la personalidad de su madre: hablar de la muerte precisa irremediablemente hablar de la vida. Así, conocemos detalles de la Françoise madre, esposa e hija. Aunque es claramente en la primera faceta donde la autora se detiene para abordar lo complicado de su relación con ella, de esa “dependencia querida y detestada” que siente hacia su madre. Los conflictos entre ambas debido al ateísmo y a la vida liberal de Simon, así como su falta de comunicación salen de este modo a la luz: “El silencio entre las dos se hizo totalmente opaco. Hasta la salida de La invitada ella ignoraba casi todo de mi vida. Trató de convencerse de que por lo menos en el renglón moralidad yo era ‘seria’. Los rumores que corrían demolieron sus ilusiones, pero en ese momento nuestra relación había cambiado” (p. 64). Al final, la escritora se sorprende de lo indiferente pero, al mismo tiempo, de lo esencial que la figura de su madre resulta en su vida, y el libro se nos revela como una contestación a una pregunta fundamental: “¿Por qué me sacudió con tanta fuerza la muerte de mi madre?”

A lo largo de esta crónica, De Beauvoir también va refiriendo la manera en la que la enfermedad de Françoise irrumpe en su vida diaria: los cambios en su rutina, el acortamiento de los viajes, los desvelos, los cuidados –siempre compartidos con su hermana, Poupette, a quien, por cierto, dedica el libro–, las charlas que al respecto mantiene con su amante y colega Jean-Paul Sartre, las inevitables diferencias con doctores y enfermeras… Pero es realmente en las cavilaciones que estas circunstancias suscitan en la autora, en las dudas y en las contradicciones que le generan, donde se halla la fuerza del libro: el deseo y el miedo de que la muerte por fin se haga presente; las añoranzas y los reproches que deja el fallecimiento de un ser querido y, sobre todo, la constatación de ese hecho antinatural que, a cualquier edad y por la causa que sea, es la muerte: “No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales: pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida” (pp. 98-99). 

Es una lástima que este libro tan personal e introspectivo de una de las autoras fundamentales del siglo XX se encuentre descatalogado desde hace varios años. Yo lo leí en la edición de 2002 de Editorial Sudamericana.



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