Reseña | "El amante de lady Chatterley", de D. H. Lawrence
Constance, una joven nacida en el seno de una familia de artistas e intelectuales de ideas socialistas, se casa con Clifford Chatterley, un hombre de clase alta que hereda la casa y el negocio familiares y regresará paralítico de las piernas tras luchar en el frente durante la Primera Guerra Mundial. Este hecho, que acrecienta la frialdad de Clifford, llevará a Connie a mantener un apasionado idilio con Oliver Mellors, el guardabosque de las tierras de su marido.
Con este argumento, el escritor inglés D. H. Lawrence (Eastwood, 1885-Vence, Francia, 1930) creó El amante de lady Chatterley (1928), una novela erótica tachada de inmoral y escandalosa en su momento por las escenas sexuales que presenta, las cuales tratan el deseo y el placer femeninos de una manera natural y desinhibida. Publicado por primera vez en Florencia, el libro no se imprimió en el Reino Unido sino hasta 1960, tras un juicio de obscenidad contra el autor.
La trama de la novela más celebrada y famosa de D. H. Lawrence se ubica durante la posguerra, una época en la que, sin embargo, Inglaterra tuvo un auge industrial, particularmente en las Midlands (Tierras Medias), escenario de la historia. Lawrence contrapone en este libro el culto el dinero, la fe en las máquinas y la deshumanización con la ternura carnal que surge entre Mellors y Connie.
Clifford, quien lleva a Connie a vivir a la casona de Wragby, levantada en la colina del pueblo minero de Tevershall, es un hombre cada vez más insensible, cuya paraplejia no sólo lo imposibilita física y sexualmente, sino que se extiende a su capacidad sentimental: “La parálisis, la herida causada tras el gran golpe, se iba extendiendo de forma gradual por su lado afectivo” (p. 75). Dueño de las minas de carbón de Tevershall, a las que en un momento intenta sacarles el máximo provecho a costa del trabajo de los mineros y con la ayuda de nuevos artefactos, Clifford mismo es un ejemplo de esa confianza ciega en las máquinas, pues se mueve gracias a una silla de ruedas motorizada.
Antes de su faceta febril por la explotación de las minas, recién vuelto del frente y ayudado por Connie, Clifford concentra toda su energía en la escritura. Su reconocimiento como escritor es lo único que le interesa en esta etapa, en la que también se reúne con amigos intelectuales. Este personaje defiende, por supuesto, la superioridad de la mente sobre el cuerpo; un principio que Connie rechaza una vez que ha alcanzado la comunión sexual con el guardabosque. De modo que ni siquiera en el mundillo intelectual y artístico, que retrata plagado de hipocresía e intereses, Lawrence encuentra una oposición a la deshumanización de los valores capitalistas.
Hay una escena que me parece reveladora del carácter de Clifford y del ideario que encarna. Durante un paseo por el bosque, en el que Connie observa cómo las ruedas de su silla aplastan las flores del sendero, éste se empecina en poner en marcha el motor de la silla paralizado al subir la cuesta de una colina: “Para qué sirve este maldito aparato si hay que empujarlo” (p. 252), dice. Como el motor no responde, Clifford se ve obligado a llamar a Mellors. Con una enorme altivez, no sólo menosprecia al guardabosque por desconocer el funcionamiento de esa máquina, sino que lo fuerza a empujar la silla cuesta arriba pese a la debilidad de este por una neumonía reciente. Por su tiranía y oscuridad, este personaje, por cierto, también amo y señor de una casona ubicada en una colina, me recordó a Heathcliff, de Cumbres borrascosas.
Mellors es el polo opuesto de Clifford, si bien también se alistó en el Ejército: fue enviado a la India, donde alcanzó el grado de teniente. Mellors nació y creció en Tevershall. Es un hombre de clase baja; sin embargo, es inteligente y educado, y sobre todo tiene mucha dignidad. Ni el dinero ni las máquinas lo deslumbran, de hecho son cosas que desprecia. Es atractivo también. En algunos momentos, Lawrence se regodea en la descripción de su belleza física, en la expresividad de sus ojos azules y en las formas de su cuerpo, en tanto que a Clifford lo retrata más bien como a un hombre corpulento. Como Connie, Mellors está casado, y tiene una hija pequeña, aunque no vive con su mujer. Si en algo cree este personaje es en los placeres del cuerpo.
El bosque es el lugar en el que Mellors se refugia de ese mundo industrializado que aborrece. Es ese espacio natural en el que Mellors y Connie se entregan a las delicias del sexo. Si en los cuentos de hadas las jovencitas deben andarse con cuidado del lobo cuando van al bosque, la protagonista de El amante de lady Chatterley va en su búsqueda, no le teme y de hecho quiere caer en sus garras. Es en la cabaña donde vive Mellors o en la choza en la que cría faisanes donde sus cuerpos alcanzan ese nivel de entendimiento que sólo pertenece a los grandes amantes.
Para llegar a ese punto, Connie pasa por todo un proceso en relación con el sexo: va de la curiosidad a la frustración para finalmente liberase de tabúes y conquistar el derecho al placer en su idilio con Mellors. De modo que El amante de lady Chatterley es también una novela sobre la evolución de la sexualidad de una mujer.
Es en los pasajes amorosos entre Mellors y Connie que la primavera y la poesía se hacen presentes. Es en esas escenas que el lenguaje cristalino que emplea Lawrence en la mayor parte de la novela se eleva a alturas poéticas. La pasión amorosa entre estos seres se muestra así llena de belleza y ternura.
Sentía que era un mar, una sensación de olas oscuras que se alzaban hinchándose hasta formar una enorme masa. Sentía que aquella toda inmensidad oscura estaba en movimiento y que ella era un océano que se desplazaba en la penumbra. Abajo, en lo más recóndito de su interior, las profundidades se agitaban y se distanciaban en olas que se alejaban de ella, de su centro; aquellas profundidades se separaban en una suave inmersión a medida que la penetración llegaba cada vez más adentro… (p. 284)
Mellors y Connie son unos rebeldes que se sublevan a las convenciones de su tiempo. Es en sus placeres amatorios que Lawrence encuentra lo sublime, no en la vida intelectual ni en los negocios. Por medio de su historia, el autor inglés entrega una novela erótica que no se queda en la descripción detallada de escenas sexuales, sino que es un retrato y una reflexión de su tiempo.
*Leído en la edición de Sexto Piso, ilustraciones de Romana Romanyshyn y Andriy Lesiv, traducción de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba, 2016, España.
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