De la infinidad de nudos



He de haber tenido menos de cinco años la primera vez que hice uno. No me salió perfecto, como me ocurre a la fecha con cada cosa que recién emprendo. Para más detalles, me quedó a medias: era un moño cojo, o manco, por decirlo de alguna manera. Aun así he de confesar que me dejó satisfecha. Era la primera vez que intentaba amarrarme las agujetas.

Los de mi cabello, tan rizado como el ramen instantáneo, en cambio, eran nudos indeseables, además de infalibles. Sufría como pocas cosas cada vez que, después del baño, mi madre se me acercaba peine en mano para intentar poner orden en mi enmarañada cabellera.

Si rasco en mi infancia, me es posible hablar de otro nudo. Uno humano. Había un juego que se llamaba justamente así: “nudo”. Lo jugaba a la hora del recreo o con mi hermana y mis primas en la casa. Consistía en entrelazar nuestras extremidades. Asíamos nuestros brazos y piernas para impedir que otro deshiciera, a fuerza de jalones, esa mole en la que nos transformábamos. Más de una vez terminé adolorida.

Ya de joven, otro nudo fue mi dolor de cabeza: el de la corbata que formaba parte de mi uniforme de mesera. Por supuesto, yo no tenía ni menor idea de cómo hacerlo. Un paciente compañero trató de enseñarme, pero después de varios intentos vanos, con peores resultados que mis pininos con las agujetas de mis tenis, hizo un truco: cual si fuera una cuerda de vaquero, dejó mi corbata convertida en un círculo con el moño ya elaborado, de modo que yo sólo la tenía que ajustar cada vez que me la ponía o me la quitaba. Por suerte, ha sido el único empleo para el que he tenido que usar vestimenta formal.

Una curiosidad: en italiano, el idioma que más amo después del español, a la corbata de moño se le llama cravatta a farfalla, algo así como “corvata a mariposa”. Me sorprendió la precisión de esta frase cuando la conocí. Desde entonces, cada vez que veo a un hombre con corbata de moño en una película –mentiría si dijera que en una fiesta, pues nunca voy a eventos tan elegantes– me gusta imaginar que es una mariposa la que revolotea por su cuello. 

El nudo es lo contrario a la cuerda, al listón, al hilo. Uno es por fuerza abigarrado; el otro, sencillo. En su casi siempre irregular forma esférica, al primero se le relaciona con el caos; al segundo, estirado y liso, con el orden. Lo curioso es que no puede existir uno sin el otro: son lo mismo. El nudo es otra cara de la cinta, el lazo o el pelo. 

En nuestro cuerpo, no sólo es posible hallar nudos en el cabello. El cerebro, con sus neuronas, no es más que un nudo. Ni qué decir del estómago y sus intestinos. Un tumor mismo con su multiplicación de células de hecho puede ser llamado nódulo. 

Hay nudos más ordenados que otros. Poco tienen que ver, por ejemplo, los moños con los que adornamos los regalos de Navidad con el famoso nudo ciego, llamado así por apretado y muy difícil de desatar. O los pequeñísimos e imposibles nudos de un hilo para zurcir un calcetín con el llamado nudo marinero: muy seguro y fácil de deshacer. 

Dejando de lado las cuestiones prácticas, mis favoritos son aquellos difíciles de soltar. Su complejidad los hace más interesantes y, sobre todo, únicos. No hay uno idéntico a otro. 

De todos los que existen, el nudo en la garganta es el más difícil de desprender. O el más fácil, si se piensa en que para desanudarlo basta con llorar.

Hay nudos realmente bellos, no obstante el orden que hay en ellos. Los nudos celtas son el gran ejemplo. Se trata de patrones entrelazados -líneas rectas y onduladas, círculos- que ese pueblo utilizaba para adornar sus edificios y monumentos cristianos y que por no tener principio ni fin se les relaciona con la eternidad. A propósito: el signo con el que se representa el infinito es un nudo. 

El tejido y el macramé también son artes decorativas basadas en nudos. De hecho,  “macramé” viene de una palabra francesa que significa “nudo”, la cual a su vez tiene su origen en la turca makrama, con el mismo significado.

Las mujeres con poderes mágicos, por cierto, poseen un amuleto al que se le conoce como nudo de bruja. Tiene un círculo al centro atravesado por una especie de cruz ovalada. Sirve para protegerlas de los hechizos de otras de su especie. 

A propósito de nudos artísticos están, por supuesto, los de las obras de teatro y las narraciones que siguen la estructura aristotélica del planteamiento, clímax y desenlace. Por mucho, son los nudos que más he disfrutado desatar en mi vida. 

*Imagen tomada de Pixabay.

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