Reseña | "De plantas y animales", de Ida Vitale



El poema de Alberto Caeiro (uno de los heterónimos de Pessoa) que cita la poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) entre los epígrafes de De plantas y animales no podría ser más adecuado.


    Vi que no hay Naturaleza,

    que la Naturaleza no existe,

    que hay valles, montañas, planicies,

    que hay árboles, flores, hierbas,

    que hay ríos y piedras,

    pero no un todo al que eso pertenezca,

    que un conjunto real y verdadero

    es una dolencia de nuestras ideas.


En este libro -publicado originalmente en 2003 y reeditado en 2019 por TusQuets Editores, un año después de que la también ensayista fuera reconocida con el Premio Cervantes-, la autora revela un conocimiento de la naturaleza que nace de una atención particular a ciertas especies que integran ese todo general y abstracto.

La minucia es una de las cualidades de este volumen que reúne sesenta y dos ensayos dedicados desde a gatos, vacas, erizos y paros, hasta a fósiles, malvones, ilang-ilang y cebollas. Si bien hay algunos textos de carácter aglutinante, que no se centran en una sola planta o animal, sino en conjuntos: “Animales y literatura”, “Animales fabulosos”, “Algunos monstruos”, “El mundo vegetal”, “Árboles” y “Jardines”.

En las primeras páginas, Vitale deja clara su motivación para escribir este libro, en un capítulo llamado precisamente “Intención”: 


Quizá mi inconsciente propósito sea atisbar la reserva de tensión espiritual que ofrece la naturaleza. Estar atentos para aceptar las múltiples cosas que nos da en espectáculo, las enseñanzas y advertencias que ofrece, sería la debida respuesta a lo que encontramos al llegar al mundo y constituiría, me parece, una natural cortesía retributiva.


El asombro y el amor por el mundo natural nació en la poeta sudamericana cuando era una niña: “En mi casa, nadie hubiese definido como útil la atención puesta en criaturas que no suelen atraerla, pájaros, o esos apenas identificados como bichos o plantas poco decorativas que las ciudades erradican al crecer”.

Pronto, dos mujeres alimentaron esa curiosidad. La tía Ida, quien fue botánica y, además del nombre, le heredó a la pequeña Ida sus libros. Y la maestra Pía, que le enseñó a la futura escritora a amar el misterio de los hongos.  

Para la también autora de El ABC de Byobu (2004), el interés en los seres no humanos tiene que ver con una sensibilidad del espíritu, que no puede ser otra que la del poeta: “Su riqueza prodigiosa (del mundo natural) posibilita una extensión del alma que hoy pocas cosas ofrecen”.

“Ordena Ida Vitale los textos de este volumen como si de un personal bestiario se tratara”, apunta la contraportada de De plantas y animales y, en efecto: el libro parece ser el resultado de toda una vida de asombro y sensibilidad ante las plantas, las flores y los animales, no únicamente de los bellos, sino de aquellos considerados minúsculos o desagradables. Cada ensayo es una especie de ficha, poética en el lenguaje y en la mirada, en la que la autora reúne los encuentros que ha tenido en su vida real y en aquella que le han posibilitado los libros con la especie en cuestión; el conocimiento que tiene de ella, desde su anatomía hasta su comportamiento, y la reflexión que la vida de esos seres le suscitan, muchas veces en relación con la humana. Referencias literarias, mitológicas, históricas y científicas hay en este inventario de toda una vida de amor a la naturaleza, en el que no faltan citas a Plinio, Borges o Arreola, esos otros escritores a los que los seres no humanos tanto cautivaron y llenaron de asombro.

Cada pieza, en la finísima ironía con la que está escrita, aguarda al lector una sorpresa ante la anécdota contada o el dato proporcionado, que es difícil considerar a una por encima de otra. La dedicada a los caballos, sin embargo, me parece que puede ejemplificar muy bien el procedimiento de la autora. En esa pieza, titulada así “Caballos”, como casi todas según el animal o la planta a la que estén dedicadas, menciona desde los caballos producto de la imaginación humana, como los centauros o los pegasos, hasta aquellos de las novelas de caballería. A propósito de estas últimas, Vitale dedica unas obligadas líneas a Rocinante, un jaco “lleno de la humanidad que emana Don Quijote, y perfecto doble equino suyo”. 

La historia también tiene cabida en este ensayo, en el que la autora, crítica en este y otros textos del maltrato animal, nos recuerda la explotación y la crueldad que sufrió esta especie en distintas regiones de América durante la Conquista, en la que era vista únicamente como una herramienta de trabajo. La poeta también evoca a los caballos de Napoleón, que “al montar, lo hacía en un mítico corcel blanco, que no siempre era el mismo”. Recuerda especialmente a Marengo, uno de los favoritos del emperador francés, cuyo esqueleto se conserva en el National Army Museum: “Representa a todos los caballos de Napoleón, a todos los que las guerras sacrifican”. 

En este ensayo, Vitale recurre también a la memoria y recuerda un momento especial vivido con un caballo. El gesto de agradecimiento de uno de los dos ejemplares que un vecino dejaba atados bajo el sol después de su jornada de trabajo: 


Habiendo ya bebido los caballos y mientras miraba para otro lado distraída, sentí un roce en el brazo: un belfo pellizcaba la manga de mi blusa, con inimaginable delicadeza, uno de ellos retribuía así el agua y las palmadas en el cuello con un gesto tan asombroso como si se me hubiese acercado trayéndome una flor en la boca.


En “El mundo vegetal”, la poeta de 99 años, a quien la dictadura instaurada en su país la obligó a exiliarse en México de 1974 a 1984, rememora el nacimiento de esa “inclinación por algunos elementos de la inabarcable naturaleza”, en particular por las plantas. Habla de su secreto jardín de la memoria:


Muchos guardamos el recuerdo de plantas y árboles puntuales en nuestro jardín ideal. (…) No siempre lo integran especies notables (…). A veces son humildes o no sabemos su nombre o se trata de un ejemplar raro visto una sola vez, pero quedan en un balsámico punto del recuerdo.


En ese jardín del recuerdo de la ensayista sudamericana destacan las suculentas y los helechos, pero también “unas flores diminutas de cuatro o cinco milímetros, blancas y violetas”, que de niña encontraba entre piedras, ladrillos o incluso entre el pavimento. Las flores pequeñas, ínfimas, forman parte del herbario personal de la poeta uruguaya, cuyo libro en cuestión es un gracioso y tierno homenaje a esos otros seres que habitan el planeta. 


Vitale, Ida. De plantas y animales. Barcelona, TusQuets Editores, 2019. 


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Aquí puedes leer un análisis del poema “Besos”, de Tomás Segovia


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