“Besos”, de Tomás Segovia
El tema de “Besos”, el poema más célebre de Tomás Segovia (Valencia, España, 1927-Ciudad de México, 2011) se corresponde con el título. Son los besos a la amada, el deseo sexual y amoroso expresado a través de esos besos, el tema de esta obra poética que representa una de las cumbres de la poesía erótica del poeta español exiliado en México.
Compuesto por 137 versos corridos, en los que hay un predominio del versículo y el alejandrino, se trata de un poema que se erige como una declaración, una especie de promesa, de los besos que el yo poético dará a la amada objeto de deseo. Son besos hipotéticos, pues el poeta usa el tiempo futuro del verbo besar, que es por supuesto el que, a manera de anáfora, rige todo el poema. Un poema, situado por completo en el terreno de la percepción, de los sentidos.
En “Besos”, el poeta recorre el cuerpo de la amada con los besos a los que alude el título. Traza un mapa corporal que va por la boca, las mejillas, los ojos, el cuello, los hombros, los brazos, las manos, los pechos, los pezones, el vientre, los muslos, las ingles y el sexo de ella. Trece erógenas partes de la anatomía de la amada en las que el yo poético se regodea, en un deleite que expresa a través de figuras como la hipérbole (“besaré tus ojos más grandes que tú toda”) y el símil (“besaré tus ojos (…) / de mirada asombrosa como encontrarse en la calle con uno mismo”). Es un recorrido fragmentario pero a la vez total el que hace el poeta por el cuerpo de la amada, una sinécdoque.
Dicho mapa corpóreo por momentos se abre a una geografía más extensa, la de la naturaleza, del paisaje, con la que el yo poético compara esa pequeña geografía, ese pequeño y poderoso territorio que es el cuerpo femenino. La boca se vuelve, así, “gruta marina”, y el vientre, “valle en medio de ti en medio del universo”, por dar un par de ejemplos.
Para desarrollar líricamente el tema de la pasión amorosa expresada a través de ese motivo poético por excelencia que son los besos, Segovia recurre al método retórico de la acumulación. La agrupación de versos en una gran estrofa es el primer signo de ello. Pero hay muchos más. La enumeración de versos o de frases es uno de los más evidentes, aunque también está la seriación de elementos a través del polisíndeton (repetición de conjunciones). El uso de la anáfora, la hipérbole, así como de una adjetivación constante y poderosa -prácticamente no hay sustantivo sin adjetivo-, además de la recurrente comparación, contribuyen a esta acumulación. Segovia poetiza ese deleite de los sentidos, esa fiesta sensorial que representa para un hombre besar el cuerpo de una mujer, y no puede sino elegir procedimientos retóricos que le permitan expresar lo exacerbado de esa experiencia. Una experiencia que, sin embargo, no está exenta de perplejidad, lo que se advierte en el uso también de figuras de la contradicción, como el oxímoron y la antítesis (“besaré también tu cuello liso y vertiginoso como un tobogán inmóvil”), así como de la sinestesia (“tus ojos (…) / del color de la tersura”).
Los primeros versos del poema, en los que el poeta se detiene en la boca de la amada, ilustran muy bien lo anterior:
Mis besos lloverán sobre tu boca oceánica
primero uno a uno como una hilera de gruesas gotas
anchas gotas dulces cuando empieza la lluvia
que revientan como claveles de sombra
luego de pronto todos juntos
hundiéndose en tu gruta marina
chorro de besos sordos entrando hasta tu fondo
perdiéndose como un chorro en el mar
en tu boca oceánica de oleaje caliente
Aquí el poeta compara los besos que dará a la amada con una lluvia, mientras que a ella la dibuja como a un mar receptor de esa agua. Los besos son “como una hilera de gruesas gotas”, de “anchas gotas dulces”, un “chorro”, mientras la boca femenina, recóndita, se vuelve “oceánica”, “de oleaje caliente”, “gruta marina”, mar. Como los besos, las palabras mismas caen como la lluvia: “uno a uno como una hilera de gruesas gotas”. La lluvia, el mar, el agua, se vuelven así imágenes del movimiento, expresado en la simultaneidad del gerundio (“hundiéndose”, “entrando”, “perdiéndose”) y de la humedad inmanentes al acto de besar.
La acumulación en estos primeros versos resulta evidente en la enumeración a través de adverbios de tiempo: “primero uno a uno como una hilera de gruesas gotas”, “luego de pronto todos juntos”. El uso reiterado del símil, patente en el adverbio “como” (“como claveles de sombra”, “como un chorro en el mar”), las aliteraciones, la incluso doble adjetivación (“gruesas gotas / anchas gotas dulces”), y más adelante la anáfora con el verbo besar (“besaré”) y el pronombre posesivo “tu” dan cuenta de esa acumulación presente a lo largo de todo el poema. La elipsis que se da por la omisión de signos de puntuación, de comas, contribuye asimismo al reforzamiento de ese procedimiento acumulativo: “besos chafados blandos anchos”, “tus pechos pesados fluidos tus pechos de mercurio solar”… Lo mismo ocurre con el uso del polisíndeton, de la conjunción “y”: “besaré tus ojos más grandes que tú toda / y que tú y yo juntos y la vida y la muerte”.
A través de estos recursos el poeta da cuenta de la naturaleza de los besos que dará a su amada. Dibuja con ellos, como decíamos, un mapa del cuerpo de ella. Si en los versos dedicados a la boca las metáforas y los símiles se establecen con el agua, ya sea en forma de lluvia o de mar, en la parte de las mejillas, el poeta parece modelar esta parte del cuerpo femenino a la manera de un Pigmalión, ese escultor enamorado de la estatua esculpida por él mismo. “Besaré tus mejillas (…) para que yo modele un rostro de carne compacta idéntico al tuyo”, dice en algún momento el yo poético. Los pómulos de la amada son, de hecho, “de estatua de arcilla adánica”.
El vientre, sin embargo, es la parte del cuerpo femenino a la que el poeta dedica más versos y en la que recurre a la comparación hiperbólica para subrayar su similitud con la madre tierra, ambos, como se sabe, dadores de vida: “besaré tu vientre firme como el planeta Tierra”, “donde aún palpitan las convulsiones del parto de la tierra”. Con lo que, en estos versos, el yo poético explora, además del aspecto sensual de esta parte del cuerpo femenino, su dimensión maternal: “tu vientre de muerte hecha fuente para beber la vida fuerte y clara”.
El poema finaliza con los besos en el sexo de la amada, una parte del cuerpo que, como el vientre, se vuelve central para el yo poético: “tu sexo (…) / como una cruz que marca el centro de los centros”. Para expresar el poder seductor de este órgano, el poeta se sirve del oxímoron: “tu sexo (…) / delicado y perverso como el interior de las caracolas”, “tu sexo de dulce infierno vegetal”, “de amor de lucha a muerte de girar de los astros”, “de crisol para fundir la vida y la muerte”.
“Besos”, de Tomás Segovia, culmina de este modo con un clímax sexual, derivado de los besos al sexo de la amada, que es al mismo tiempo el instante del clímax poético:
Tu sexo triángulo sagrado besaré
besaré besaré
hasta hacer que toda tú te enciendas
como un farol de papel que flota locamente en la noche.
El tema de los besos como medio de expresión del deseo por la amada queda así expresado cabalmente.
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