Confesiones de una mala lectora
No. No empecé a leer desde que era niña. Mi madre no me leía en la cama para hacerme dormir. Tampoco tuve libros ilustrados. Es más: a excepción de los libros de texto, no había un solo libro en mi casa. Lo más parecido a un libro que tuve y que leí entonces fue una delgadita edición para colorear con algunas fábulas de Esopo que me regaló una vecina. De modo que no tengo un libro favorito de mi infancia. Y no he leído casi nada de lo que hoy se conoce como literatura infantil.
El problema de mi incultura literaria no se saldó en la adolescencia. Sentía curiosidad por los libros, por la literatura, y empecé a comprar ediciones baratas de Kafka, de Víctor Hugo, que leía mal o de plano no leía. La lectura, pues, no fue un refugio para mí en esa inquietante etapa.
En la preparatoria y en la universidad me fui haciendo de algunos libros, aunque no me alcanzaba para comprar todos y recurría a las benditas fotocopias. Tal vez por eso, cuando empecé a trabajar y pude comprarme, de vez en cuando, algunas ediciones caras, los trataba como si fueran objetos sagrados: no quería que se maltrataran y ni si quiera los rayaba. Un cuidado extremo que sólo un lector snob puede tener, lo sé.
No he leído a los clásicos, tampoco. No he leído el Quijote. Sí, ríanse todos aquellos eruditos y defensores de las grandes obras. Me considero lectora e incluso he albergado el atrevido deseo de escribir cuando no conozco la gran obra literaria escrita en mi idioma.
Y eso no es todo: como desconozco otras lenguas, cuando me acerco a literatura no escrita en español, leo traducciones, nada de lecturas en el idioma original. Por lo que, soy consciente, en todas esas lecturas hay una pérdida.
Por si esto no fuera suficiente, leo poco y mal. Generalmente tengo la sensación de que no entiendo o de que podría entender mejor si releo, así que vuelvo atrás. Y, en cuanto a cantidad, nunca he podido leer en un año, como sé que hay personas que lo hacen, más de cien libros. Qué clase de lectora soy, me cuestiono continuamente.
Por supuesto no voy a enlistar aquí todos los libros que no he terminado, que no he entendido, que me han intimidado o que he comprado y no me he dignado a abrir. He cometido también esos pecados.
Con todas esas deficiencias, a veces me pregunto por qué experimento, sin embargo, esas ansias y ese gusto por leer.
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